sábado, 10 de diciembre de 2011

La cajita.

El ocaso hace su aparición en el primer acto.
Los ojos del joven están rojos de pensar y de soñar despierto. No sabe que hora es. Si el mundo se viene abajo en ese momento no es problema suyo, como cuando duermes profundamente y no te enteras de la tormenta que está pasando encima de tu cabeza.
De vez en cuando, aparentemente, se mueve un poco, no mucho, porque se ha quedado inmóvil de tanto pensar.
Entre otras cosas tiene pensamientos bidireccionales. Como una imagen dividida en dos, una a la derecha, y otra a la izquierda. Pero en ambas imágenes aparece el mismo joven, de una manera contradictoria.
Dos rumbos que tomar, ninguno con sentido.
En el segundo acto hace entrada dos personajes bien distintos. Ambos llevan una especie de cajita. En ella, está lo más preciado de nuestro joven.
En la primera caja, a la derecha, aparece una caja enorme de color verde. Parece nueva. Tiene unos adornos azules y unas piedras preciosas en la parte de arriba. Pero algo no encaja, está medio abierta... Parece que han ido vaciando el contenido poco a poco.
En la segunda caja, a la izquierda, es una pequeña caja de color negro. Simple. Parece vieja. Esa está cerrada por un candado. Además, viene de muy lejos. Tiene varias cerraduras, algunas parecen forzadas, pero la que sostiene el personaje está intacta.
En el tercer acto aparece un espejo. Nuestro personaje se asoma. No ve absolutamente nada. Solo unos ojos rojos de tanto pensar y llorar. Piensa en la carne, en el sexo, en los celos y vomita al lado del espejo. Mira alrededor buscando algo a lo que abrazarse. Al no encontrar nada, busca a alguien a quién pedirle explicaciones. No hay nadie. Solo esos ojos...
Los mira fijamente y en sus pupilas van pasando imágenes. Todas buenas.
No sabe cuanto tiempo está allí mirándolas. Solo sabe que al rato se despierta.

Nuestro joven se incorpora. Parecía un sueño muy real, ¿O eran pensamientos?
Se dirige al baño a oscuras. Cierra la puerta. Se planta enfrente del espejo y enciende la luz.
Alguien le sostiene la mirada. Por fin puede mirarse al espejo. Sigue viendo esos ojos rojos de tanto pensar; pero hay algo nuevo, nota que hay algo diferente.
Sonríe, se sonríe a sí mismo, y piensa que la vida es maravillosa. Suelta una lágrima, pero a diferencia de las otras, son dulces, no saladas.
Se acuesta en la cama, se abraza a su peluche y ahora si, se queda dormido.

Dejamos al joven descansar. Su mente es cuando más trabaja. Está formando una cajita. Es de color naranja, nueva, con muchos dibujos y piedras de muchos colores. Dentro mete muchas cosas, las ordena, las apila. Y le pone un candado, y otro, y otro, y muchos más. Las llave las mete en unos sobres y las identifica. La llave más grande (y más bonita) la mete en una cajita pequeña. A pasos furtivos, se cuela en el sueño anterior y la vuelve a meter en esa caja que estaba a la derecha y medio abierta. La coloca al fondo, en un lugar visible, pero ordenado para que no se pierda. Cierra la caja y se marcha del sueño.

Ahora ya puede dormir y empezar a soñar de verdad.

1 comentario:

  1. Es cierto que tenemos muchas cajas. De colores, tamaños y momentos diferentes. Algunas más llenas que otras y todas importantes.

    Es verdad que ponemos a disposición de otros algunas de esas cajas. No es previsible lo que harán con esos trozos de vida pero tenemos que correr el riesgo.

    Lo que más me gusta del relato es que, aún después de empezar con un nuevo espacio, seas capaz de dejar una llave a modo de enlace, de pista, de nexo. No sé si simboliza lo que pienso. Supongo que dos rumbos, dos posibilidades... ¿has decidido bien? Ya veremos

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